pues hoy se va a casar
después de nueve años de cascadas nada más.
Está noche es seguro qué el nabo plantara
dentro de la maceta qué le espera en el altar.
El 600 a lavado, más brillante no puede estar
para el largo viaje, qué después de la boda
ya, con su esposa a de realizar
a una capital muy lejana del pueblo natal.
!Por supuesto! hotel de gran lujo
de una estrella o más
justo, al centro de la capital.
Todo es poco para ella
qué el virgo le va entregar.
En lo alto del altar
con vestido blanco qué significa pureza
pues más pura que ella
ni monjas abra.
Está toda nerviosa
pues sólo un pensamiento ronda por su cabeza
que está noche por fin
le entregara a Procopio
su capullo aún sin abrir
qué él tanto espera.
!Coño y yo también qué una no es de piedra!
Llenas de callos, tiene las manos la Bernarda
de tanto pelar la pava.
Porque se muere de ganas
de qué pase más allá del liguero
y, sentir después tantos años
todo el nabo dentro
porque también está en su derecho
de darle alegría al cuerpo.
La madrina con pamela, para disimular su fea cara
y, de paso mirar con disimulo
al pendón de su nuera
pensando qué se lleva
al retoño de su vera.
Con solo treinta y nueve primaveras
siendo un niño toda vía
al qué esta noche está zorra
dejara bien seco
a tan joven criatura.
El padrino, el padre de ella
que piensa todo lo contrario
qué su consuegra.
Cuándo mira a su hija pensando
!Seguro qué ese cabrón, disfruta como un enano!
Cuándo está noche le meta el nabo, dentro de sus entrañas
a está cándida flor, qué de ésto no sabe nada.
Pero para sus adentros piensa
que así es la vida.
Pues al fin y al cabo
hace muchos años
él hizo lo mismo con la madre
de la hoy, su hija desposada.
Esa, qué los pezones le cuelgan hasta la cintura
qué solo con mirarla desnuda
le entran arcadas, sudores y angustias.
Su esposa por supuesto
siente lo mismo, cuándo le ve el pito mustio
y la barriga de cerdo.
El novio llega al altar
con traje negro y corbata
la chaqueta le tira de sisa
de un brazo le sobra, del otro le falta.
El pantalón corto anda de tela
y, justo en la entrepierna
porque tanto paquete
no puede tener cosa tan enana.
Seguro que es de rebajas, piensa la suegra
qué dé la entrepierna ojo no aparta.
Ya son marido y mujer
como manda la santa madre iglesia
libres, para hacer la cochinadas qué quieran
después de bendecidos
cómo está escrito, en las santas escrituras.
Tres horas les costo del pueblo a la capital
separada está, por treinta kilómetros nada más.
El cabrón del 600 no pasa de cuarenta
más pincharon dos veces
para colmo dé su paciencia.
Por fin llega la noche
esa noche deseada, esperada
por los los dos soñada.
La Bernarda se va al baño
mientras Procopio prepara el champán
esperando a su amada
qué mucho empieza a tardar
y el nabo se empalma
estando a punto de reventar sí
está mucho tarda.
Pasado dos horas le dice con voz suave
por favor cariño a paga la luz, que tengo vergüenza
por ser la primera noche qué tú me veas desnuda.
Procopio, que está desnudo
con el nabo mirando al techo
no tiene más cajones qué complacer a su esposa.
Él la espera en el lecho en pelota viva
de pronto roza su carne una teta bien tiesa
cómo los cuernos de un miura.
Mientras, nota por lo bajo un mechón de pelo
más que un mechón una peluca
qué rozando rozando busca la puntita.
Ella, se abre de piernas mientras le dice al oído
Procopio, trae al nabo
qué la cazuela está abierta
y, el agua hirviendo.
Nada más entrar la punta
tanta era la excitación
que a la Bernarda por la retaguardia
un pedito se le escapo.
El nabo qué mira al cielo dé mustio qué quedo
con la punta a Procopio, la rodilla partió en dos.
Por más que lo intentaron el canario no canto
la cazuela quedose abierta
pero sin poner el arroz.
Después de nueve años esperando está ocasión
ni ella cato nabo y, él conejo no cato.
Pero de su santa madre
Procopio sí se acordó.