Uno de mis niños con una pequeña deficiencia metal, él no sabe de odios, ni envidias y mucho menos de de rencor, ni se siente diferente, como lo llaman los demás. Él como todos estas personas, viven en su mundo sin causar el mínimo daño, si no todo lo contrario solo entrega amor. En nuestras muchas charlas camino de los partidos de fútbol sala, me cuenta las novias que tiene, tanto en la Cruz Roja, como en la Mixeranga (torres humanas) no se da cuenta, que las chicas le demuestran su cariño, pero no de esa manera. A sus treinta y siete años su pensar es como de veinte, tampoco se da cuenta de la enfermedad mortal que tiene. De toda España solo tres pasan de los treinta años, lo sé, porque sus padres me lo contaron.
Me dice que cuando sea padre y tenga hijos, no ara como su hermana, que no le deja que toque a su sobrina, como tampoco la deja ver a sus padres, que solo fueron buenos mientras necesitaba leche cara y pañales, cuando esto acabo, de sus brazos se la robaron. Mientras me cuenta esto, no puedo evitar un nudo en la garganta, e incluso me hace llorar cuando me dice, qué cuando sus padres no estaban, su hermana menor que él, le pegaba e insultaba. Pero no veo ningún rencor en sus palabras, ni siquiera odio, cuando me cuenta estas cosas, todo lo contrario aún la disculpa diciendo, que no pensaba lo que hacía.
Como puede haber gente, que si su hijo se acerca a estos benditos, los aparta de su lado como si esto se pegara. Que más quisieran ellos, esa gente hipócrita, que lava su conciencia con unas monedas en el cepillo cuando van a misa, tener el corazón como ellos, esa, gente llamada distinta. Si todos fuéramos deficientes, seguro que el mundo en el que vivimos sería un lugar hermoso, sin guerras, ni rencores. Todos tendríamos que aprender de ellos, quizás habría un mundo más justo, del que tenemos los no diferentes.