No les importa la hora ni donde estén, siempre que estén solos.
Se miran a los ojos, con la misma ansia qué cuando se conocieran hace ya unos años. Se desnudan sin prisa alguna, saboreando cada segundo del ritual amoroso; ella, acaricia con sus manos finas poco apoco mientras lo desnuda, él le acaricia su pelo, mientras sus labios recorren su cuerpo desnudo, como si fuere el primer día y, siente como su amada aún se estremece, como si fuere la primera vez, que acariciare.
Tumbados sobre la alfombra con dos copas de buen vino, sin impórtales que sea día, noche o amanecer. Saboreando las mieles del pacer que sus cuerpos les aportan, como si fuere la primera vez que se entregan, el uno al otro.
Los dos se procesan tanto amor como respeto, que el tiempo no mata, al revés cada vez se sienten más unidos, viviendo cada momento como si fuera el último de sus días, el último de su vida.
No les importa la hora ni donde estén, siempre que estén solos, para poderse amar, como dos adolescentes.
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